Como viene resultando más que evidente, para ser presidente del Gobierno de un Estado con más de 46 millones de habitantes no es necesario saber hablar inglés (González, Aznar, Zapatero y Rajoy no sabían ni chapurrearlo dignamente durante sus respectivos mandatos aunque alguno sí aprendiera a destrozar el idioma de Shakespeare a posteriori), y podría decirse que tampoco lo es el saber hablar en castellano (un plato es un plato y somos mucho españoles), pero amigas y amigos… ser camarero es otra cosa, ahí sí que hay que estar bien preparado.
Cualquiera vale para firmar, por ejemplo, un decreto que condicione la mala o peor calidad de vida de los habitantes de un país, aunque sea un zopenco; un melón (y no precisamente por lo de los idiomas). Pero ¿alguien imagina las consecuencias de servir un café con leche en lugar de un cortado a un turista extranjero? ¡Imperdonable! Casi tanto como si a él mismo un camarero incompetente le sirve unas ostras Belon en lugar de unas Guillardeau, y todo por no saber idiomas.
Así que Feijóo, cuando ofrece consejo a los aspirantes a la única profesión que quedará en España en muy pocos años, lo hace como muestra de su inquietud y desvelo por el futuro de los inferiores y necesitados miembros de la comunidad proletaria. Tenemos que ser capaces y presentables para servirles como ellos merecen, y como de forma accesoria también merecen los extranjeros que engordan el erario público que ellos después se encargarán de vaciar como si no existiera un mañana.
Sin duda los gallegos tienen en él a un gran candidato, un referente, alguien que conoce el valor de la amistad sin prejuicios (especialmente si le invitas a tu yate). Un prohombre que sabrá dirigir sus destinos con firmeza y sabiduría.